domingo, 21 de noviembre de 2010

Restaurante Luarqués - 19 noviembre 2010

Continuamos nuestro recorrido gastronómico siguiendo el Cantábrico hacia Asturias. Dice la leyenda que España es Asturias, y que lo demás es tierra conquistada. Aunque lo más probable es que lo que ocurrió en Covadonga no fuera más que una escaramuza entre unos asustados moros y unos visigodos armados de piedras que seguramente se resolvió fácilmente. Y es que los moros seguro que estaban asustados por la belleza de las montañas, el verde de los prados y el esplendor del Cantábrico al fondo.

Asturias “paraíso natural”, y también en lo gastronómico. Una cocina más elaborada que la gallega, que fuimos a probar al Luarqués, tradicional casa de comidas en Ventura de la Vega, que desde los años 60 viene deleitando y mostrando lo mejor de la cocina asturiana en Madrid. Puede que por ser viernes, puede que por la crisis, el caso es que el Luarqués estaba casi vacío, lo que también ayudó a que el servicio fuera excelente.

Cuando uno mira la carta del Luarqués se da cuenta que la cocina asturiana tiene mucho más que ofrecer que la tradicional fabada. Pero es lo que suele pasar cuando un plato destaca de forma tan contundente. Si preguntamos a 10 personas por un plato típico de la cocina asturiana, las 10 personas contestarán la fabada, pero si les preguntamos por otro plato, pocas mencionarán las mil formas de preparar el pixín (rape), el cabrito al horno o los postres típicamente asturianos como el arroz con leche o las casadielles.

Así que optamos mayoritariamente por la fabada (la asturiana, con compango de morcilla, chorizo, lacón y tocino, no las fabes con almejas, mucho más suaves y digestivas). Para empezar, picamos un pisto luarqués, muy rico y bien preparado, pero imposible distinguir del pisto manchego, un queso de cabrales magnífico (huelga explicar aquí el proceso de fermentación) y unos callos a la asturiana, auténtica sorpresa, ya que se hacen con manitas de cerdo, cuya gelatina ayuda a ligar mejor el plato, y con embutidos ahumados, lo que realza el sabor, y el resultado final es un plato muy suave, y excelentemente preparado.

Como siempre muy buen ambiente, tan bueno que antes de llegar el aperitivo de la casa (una tortilla y una empanada), ya habíamos terminado una botella de vino, y eso que solamente éramos seis, los habituales, llamados también “núcleo duro” o “core team” del club gastronómico. Con el discurrir de los generosos entrantes, y sobre todo de la fabada, perdimos la cuenta de las botellas de vino que trajeron.

La fabada llegó y desapareció. Un plato fantástico, que aprovecha las características únicas de la “faba” asturiana. Cocida a fuego muy lento, debe mantener su forma (nunca debe presentarse “rota” o en puré) pero al mismo tiempo es mantecosa al paladar (no harinosa), no se le nota la piel y realza el sabor del compango. Una maravilla. Y así es la fabada del Luarqués, muy auténtica, de las mejores de Madrid, y donde no se recurre al recurso de la mantequilla al final de la cocción para darle brillo, recurso que utilizan algunos restaurantes de más copete y mayor cartera.

Para los que no quisieron la fabada, los pescados fueron más desiguales, buena la merluza, regular el pixín. Todo no puede ser.

La conversación fue derivando hacia el inminente viaje de Alberto a Sao Paulo, ya que casi salía del Luarqués al aeropuerto, y las lógicas bromas acerca de la mala suerte que tendrían los pobres viajeros situados en las inmediaciones de su asiento. Más de uno terminaría necesitando la mascarilla de oxígeno. Y es que la digestión de la fabada no es fácil. De hecho una de las discusiones más acaloradas que se pueden tener en Asturias es la de elegir la bebida que debe acompañar a la fabada. Los más clásicos dirán que el vino, los post-modernos dirán que la cerveza, y los asturianos convencidos dirán que la sidra. Lo único cierto es que la fabe provoca “reflujos gastroesofágicos”.

Superada la fabada, llegamos a los postres, era obligado compartir un arroz con leche, que también se acompañó de una tarta de almendra carbayona, auténtica bomba de calorías, parecida a la tarta de Santiago, pero con más manteca que hojaldre.

Tuvimos que ayudar la digestión con los correspondientes licores de hierbas o pacharanes, habida cuenta de que Asturias no cuenta con aguardientes autóctonos.

Se nos acaba este 2010, en el que empezamos a recorrer restaurantes madrileños allá por el mes de febrero. En diciembre las comidas de Navidad suelen llenar la agenda de los restaurantes, grupos de amigos y empresas. Por eso decidimos hacer un alto en el camino y reencontrarnos en 2011 con nuevos bríos gastronómicos.

Fotos del Luarqués





Receta de la fabada


Les fabes de Asturias son de la especie Phaseolus Vulgaris (Consejo Regulador de la denominación específica Faba Asturiana). La fabada es el plato representativo, por excelencia, de la gastronomía asturiana. Para su elaboración deben utilizarse productos de primerísima calidad y tener paciencia ya que, contrariamente a lo que pueda pensarse, no es un plato de cocina difícil, pero exige tiempo y atención. Aunque existen varios modos de hacer fabada, dependiendo del lugar de Asturias en que se cocine, lo que conlleva el añadido de otros ingredientes (jamón, rabo de cerdo, oreja de cerdo, etc) la más tradicional lleva estos únicos y sencillos productos básicos:


- Fabes, alubias, habas, judías secas... que son algunos de los nombres que recibe la semilla comestible encerrada en la vaina de estas leguminosas o fabáceas. En Asturias se cultivan las llamadas "fabes del cura" y "fabes de la granja", que son de excepcional calidad e ideales para este plato. Con un kilo de fabes de la granja podremos hacer fabada abundante para ocho o nueve comensales.

- Unos chorizos buenos, de la mejor calidad. Con cinco o seis, será suficiente.

- Unas buenas morcillas, también cinco o seis.

- Lacón, unos buenos trozos.

- Un buen pedazo de tocino ibérico.

- Azafrán.

ELABORACIÓN:

En una cazuela amplia y alta introducimos les fabes, cubriéndolas con abundante agua fría, toda vez que durante el tiempo de remojo crecerán triplicando su tamaño original. En otra cazuela ponemos a remojar el lacón. Dejamos a remojo todas estas cosas durante ocho o diez horas.

Pasado este tiempo procedemos a colocar en una olla amplia y alta los chorizos, el tocino, las morcillas y el lacón, de manera ordenada.

Encima colocamos les fabes y cubrimos todo con el agua de su remojo (nunca con el agua de haber remojado el lacón).

Acercamos el pote a un fuego suave. Tapamos y esperamos a que se produzca el primer hervor. Cuando este primer hervor se produce y con ayuda de una espumadera, procedemos a limpiar la superficie, eliminando todo rastro de espumilla blanca.

Reducimos el fuego y vigilamos que les fabes vayan haciéndose despacio, lentamente y sin hervores tumultuosos. Durante esta primera hora de cocción hay que desengrasar la fabada ayudándose de una cuchara y eliminando de los bordes de la superficie toda sustancia rojiza, o grasa que encontremos. Este paso es muy importante; intentamos evitar una fabada demasiado fuerte y de digestión difícil.

Realizado el desengrase proseguimos la cocción, siempre con el fuego suave. Les fabes deben hacerse muy lentamente, de manera calmada. Si observamos que vuelven los hervores un tanto tumultuosos procedemos a "asustar" les fabes. Para ello vertemos de repente un chorro de agua fría; algo menos de medio vaso. Realizaremos esta labor de "asuste" cuantas veces sea necesario. Lo normal es que, durante las tres horas de cocción, les fabes reciban tres o cuatro sustos.

Al cabo de hora y media, o dos horas de cocción, podemos añadir azafrán tostado y molido. Es básico el mover o sacudir la olla, de vez en cuando, para que el caldo de les fabes vaya cogiendo su consistencia. Bajo ningún concepto deben removerse les fabes con cuchara u otro útil similar, ya que corremos el riesgo de cortarlas y estropear su buena presencia. La fabada no precisa sal, ya que el lacón le aporta la suficiente.

Dependiendo del tipo de fabes y de la cantidad, la cocción (siempre a fuego muy suave) puede oscilar entre dos y cuatro horas. En el momento en que probemos una alubia y sintamos que no ofrece resistencia, la fabada estará hecha. La apartaremos del fuego y la dejaremos reposar unas cuantas horas.

Antes de servirla, la calentaremos a fuego lento. El "compango", (chorizo, morcilla, lacón y tocino), los sacaremos de la olla, los trocearemos y presentaremos en fuentes aparte, para que cada comensal pueda servirse a su gusto de lo que más prefiera. La fabada es un plato potente que conviene acompañar de ensalada y que no admite entrantes ni segundos platos.