Probablemente hoy en día poca gente sabe quien fue Mateo Morral. Un anarquista que atentó contra los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, en mayo de 1906, cuando regresaban en una carroza desde la Iglesia de los Jerónimos al Palacio Real. Este olvidado terrorista lanzó una bomba desde lo alto del número 48 de la calle Mayor y provocó un enorme caos. Trece personas murieron, pero los Reyes, protegidos por la carroza y por la torpeza del terrorista resultaron ilesos. Hoy en día, un pequeño monumento en la calle Mayor recuerda el hecho del que ya se han cumplido más de cien años.
En el bajo de dicho número 48 fue fundada en 1867 una casa de comidas llamada Casa Ciriaco, por lo que dicho restaurante fue testigo del atentado. Y muchas fotos en su interior lo recuerdan. También su interior recuerda que estamos en una casa de comidas con mucha solera. Se nota en el recibidor, en los pasillos que nos conducen a los comedores, en las propias mesas y hasta el servicio resulta clásico, camareros “de toda la vida”. Tan “de toda la vida” que todo parece un poco desfasado, más viejo que antiguo, más rancio que clásico.
Gallina en pepitoria y callos a la madrileña configuran los platos estrella de la carta de Ciriaco. Por eso, después de unas entradas, atacamos dichos platos, así como una carne a la riojana. Si bien el recuerdo de los callos es agradable, sin ser una maravilla, tanto la gallina como la carne a la riojana decepcionaron. Tampoco puedo recordar ni el vino ni los postres, mala señal, por no recordar no recuerdo ni si era caro.
Sin bien no recordaremos Casa Ciriaco por sus virtudes culinarias, sí recordaremos la ilusión de vernos, de pasar ratos juntos, de charlar de todo y de nada, de compartir y de vivir. La idea de Germán de crear un Club Gastronómico es fantástica. Un poco rimbombante en cuanto al nombre, pero genial en cuanto a ponernos la obligación de vernos cada mes con una excusa tan sencilla y tan determinante como comer y probar las viejas recetas de la cocina madrileña.
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