sábado, 6 de marzo de 2010

Casa Ciriaco 5 de febrero 2010

Probablemente hoy en día poca gente sabe quien fue Mateo Morral. Un anarquista que atentó contra los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, en mayo de 1906, cuando regresaban en una carroza desde la Iglesia de los Jerónimos al Palacio Real. Este olvidado terrorista lanzó una bomba desde lo alto del número 48 de la calle Mayor y provocó un enorme caos. Trece personas murieron, pero los Reyes, protegidos por la carroza y por la torpeza del terrorista resultaron ilesos. Hoy en día, un pequeño monumento en la calle Mayor recuerda el hecho del que ya se han cumplido más de cien años.

En el bajo de dicho número 48 fue fundada en 1867 una casa de comidas llamada Casa Ciriaco, por lo que dicho restaurante fue testigo del atentado. Y muchas fotos en su interior lo recuerdan. También su interior recuerda que estamos en una casa de comidas con mucha solera. Se nota en el recibidor, en los pasillos que nos conducen a los comedores, en las propias mesas y hasta el servicio resulta clásico, camareros “de toda la vida”. Tan “de toda la vida” que todo parece un poco desfasado, más viejo que antiguo, más rancio que clásico.

Gallina en pepitoria y callos a la madrileña configuran los platos estrella de la carta de Ciriaco. Por eso, después de unas entradas, atacamos dichos platos, así como una carne a la riojana. Si bien el recuerdo de los callos es agradable, sin ser una maravilla, tanto la gallina como la carne a la riojana decepcionaron. Tampoco puedo recordar ni el vino ni los postres, mala señal, por no recordar no recuerdo ni si era caro.

Sin bien no recordaremos Casa Ciriaco por sus virtudes culinarias, sí recordaremos la ilusión de vernos, de pasar ratos juntos, de charlar de todo y de nada, de compartir y de vivir. La idea de Germán de crear un Club Gastronómico es fantástica. Un poco rimbombante en cuanto al nombre, pero genial en cuanto a ponernos la obligación de vernos cada mes con una excusa tan sencilla y tan determinante como comer y probar las viejas recetas de la cocina madrileña.

Casa Lucio 5 marzo 2010

Día lluvioso, este invierno de 2010 parece que no se termina nunca, aunque dicen los antiguos que así eran los inviernos de antes, que hemos vivido unos inviernos “light” que nos han hecho perder la memoria.

Casa Lucio suena a mito de la cocina madrileña, “los huevos de Lucio”, con puntillitas, con aceite hirviendo; ya tiene mérito que un restaurante sea famoso por unos huevos fritos. Hasta Bill Clinton en su última visita a Madrid organizó su agenda para poder ir a comer a casa Lucio. Casa Lucio, Cava Baja, barrio de la Latina, ¿qué más podría pedir un castizo?

Al entrar la sensación es de bullicio, el aroma es de restaurante añejo, con solera, aunque el espacio no abunda. Nos sientan en una mesa de seis, suficiente aunque no demasiado espaciosa, pero muy agradable para mantener conversación.

Y llega la hora de pedir, unanimidad total, hay que probar los huevos, así que unos entrantes y los huevos de Lucio para todos. El vino de la casa, un Marqués de Cáceres reserva con etiqueta especial de Lucio nos indica que la casa tiene categoría.

Llega el pan, de rosca, y Mónica se brinda a cortarlo con especial diligencia, casi al mismo tiempo que un jamón ibérico correcto, unas alcachofas frescas también correctas aunque algo duras y unas setas extraordinarias, bien sazonadas y en su punto.

La conversación se anima, lógicamente hay que criticar a Zapatero y a los políticos en general, mientras el fondo sur critica en “petit comité” a Patxi López, y ensalza a Iñaki Azcuna, sempiterno alcalde de Bilbao. Crítica a la falta de valores, especial emoción provocó el relato de Germán sobre cómo reconducir y poner límites a una chiquilla adolescente, vuelta de tuerca a las redes sociales, que si Facebook sirve para algo, que si LinkedIn, que si Twitter, …

Y en esto se terminaron los huevos. Menos mal que la conversación estuvo interesante y a la altura, porque así nadie dijo nada de los famosos huevos. Una decepción. Unos huevos rotos vulgares y unas patatas fritas vulgares. El postre, un arroz con leche especialmente recomendado, y unos hojaldres, correcto.

Lucio apareció por el comedor, como el viejo patrón que quiere asegurarse que todo está en orden en su barco. Representa los 77 años que tiene, y todo en Casa Lucio tiene aroma añejo, el propio Lucio, la mayoría de la clientela, los salones y las mesas, el servicio. Da la sensación de que el viejo restaurante ha vivido ya sus mejores días y difícilmente sobreviva a su fundador y alma máter.