Víspera del Madrid – Barsa, la convocatoria parecía la víspera de un partido, Pedro lesionado de larga duración, Chus baja ya prevista y Josetxu baja de última hora. Menos mal que Alberto reaparecía, además del flamante fichaje de Joaquín. Además, siendo Josetxu el que propuso el Imperio, su baja de última hora sumía la convocatoria en la incertidumbre, por lo menos desde el punto de vista gastronómico.
El Imperio no tendrá nunca estrellas Michelín, pero por la calidad y amplitud del local, que no de la comida. Chamberí y Arguelles no son La Latina, pero esconden algunos sitios que merecen el aplauso general, mucho más que algunos de los encopetados nombres de la Cava Baja. Se decía que era un lugar de cocina leonesa, especializado en setas, pues a por las setas fuimos. Magnífica entrada con unos boletus a la plancha exquisitos, con un aroma increíble, seguimos con un maravilloso revuelto de senderuelos, en su punto de sabor, condimento y textura de las setas, y terminamos la ronda micológica con una ración de angulas de tierra, a las que tal vez se les podía poner algo menos de picante. Unas soberbias flores de calabacín (especialidad) y unas estupendas alcachofas en tempura cerraron los primeros platos.
De segundo nos lanzamos por la carne roja. ¿Cuándo aprenderán en Madrid que poner platos calientes destroza la carne? Una carne excelente, en su punto, que poco a poco se fue haciendo polvo por culpa de uno de esos platos – asador que sirven además para llenar de humo todo el entorno. Una pena, la única mancha de una comida excelente. Los postres merecieron repetición, sobre todo el pastel ruso y la tarta de Santiago. Un buen rioja, de la bodega de Cosme Palacio terminó la faena.
Tan buena fue la comida, que mejor fue la discusión, sobre todo a raíz de que Alberto nos empezó a hablar de su viaje a Silicon Valley y cómo se ve el futuro a 20 o 30 años vista. ¿Ciencia ficción o película de miedo? Bueno, parece ser que todo va a girar alrededor del desarrollo de los ordenadores, ya que los procesadores podrán seguir desarrollándose (o mejor dicho empequeñeciéndose), lo que parece será la clave de todo. Ello permitirá, siempre según Alberto que por momentos dejaba pequeños a pensadores como Riffkin, que se desarrollen la biotecnología, la nanotecnología y la producción de energías limpias. En resumen y para no alargarme, que todo ello conducirá a que la biología se convertirá en una ciencia exacta y podremos dominar las células, los tejidos y en definitiva, la vida. Hasta llegar a la inmortalidad. Miedo me da. Asimismo parece que la dieta ideal ya no tendrá nada que ver con tomar 5 piezas de fruta o verdura al día, sino con una combinación de unas 50 pastillas con los aminoácidos adecuados a nuestro ADN. Eso me da mucho más miedo.
En el colmo del futurismo, parece que podremos mapear hasta el último átomo del cerebro y “guardarlo” en alguna web, para recuperarlo posteriormente, almacenando toda nuestra vida (¿las emociones también?, no me quedó claro) en Internet. Cuando nos aburramos podemos coger otro cerebro nuevo y descargarnos nuestra vida anterior y volver a empezar. Más miedo me da. Y me pregunto, en la víspera del Madrid – Barsa, si yo me subo mi vida a Internet, el que se la baje ¿será de la Real?, ¿será vasco? Veo todavía asuntos poco resueltos en Silicon Valley.
Por lo demás, y mientras los futuristas se arreglan, decidimos tomar el mejor antioxidante que hay, alcohol, para cerrar la reunión. Y ya se sabe, si bebes no conduzcas, ¿verdad Mónica?